Hugo Francisco Bauzá
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Un fenómeno de transculturación de imágenes:
A propósito de las Sibilas de San Telmo /
A Case of Image Transculturation:
On San Telmo’s Sibyls
Abstract: This paper investigates one of the many themes that South-American literature inherited from European culture. It refers to the mythological figure of the Sybil (Homer, Hesiod, Virgil etc.), as it was adapted by Christian folklore. During the eighteenth century, the Spanish images of the Sibyl, used by Renaissance artists as a means of evangelical propaganda, were copied by the painters of San Telmo in Peru.
Keywords: Classical mythology; the Sibyl; Peruvian Art; San Telmo.
La mitología clásica
La mitología clásica no debe ser vista meramente como cosa de museo, sino como un saber vivo que aún alienta y respira; ella nos alerta sobre la manera como otros pueblos entendieron lo divino, la natura y el hombre y en la medida en que somos herederos de esa tradición greco-latina es que esa mitología tiene sentido para nosotros. Por lo demás, frente a la pretendida racionalidad del lógos, el mito nos sugiere la presencia de lo irracional que vive en el mundo de la religión, los sueños, las quimeras, las pasiones y el arte.
El error del mundo moderno consiste en confundir mitografía con mitología; constituye la primera un mero corpus documental que registra los diferentes mitos, la segunda, en cambio, pretende la comprensión y sentido de esa cantera mítica que es un venero inagotable donde ver reflejada desde diferentes ópticas nuestra condición necesariamente mortal.
Sería difícil concebir la obra de Thomas Mann, Rainer M. Rilke o Cesare Pavese –por sólo citar tres ejemplos memorables de la literatura de las últimas décadas- prescindiendo del mito clásico –que es sustento y fundamento del pensamiento que rige sus creaciones-, del mismo modo que sería impensable el desarrollo de la doctrina de Freud si omitiéramos el mito de Edipo.
Al ámbito de ese imaginario pertenece el mito de la Sibila que, en su aspecto oracular, es concomitante con el de la Pitonisa. ¿Quiénes eran las Sibilas?
Las Sibilas
El mito de la Sibila[1], como todo mito, es un relato fantástico cargado de simbolismo que se nos ofrece como reliquia de un tiempo difícilmente recuperable. Para A. Bouché-Leclerq las Sibilas son “une des créations les plus originales et les plus nobles du sentiment religieux en Grèce”[2].
Sibila es el nombre de una sacerdotisa, conectada con el culto apolíneo, que proporcionaba oráculos. Se trata de un personaje mítico al que se le atribuía una larga vida y sobre el que se han tejido muchas y variadas leyendas. Hay discrepancia en cuanto a su procedencia, así como también hay discrepancia respecto del origen de su nombre. Su figura ha sido recreada y reelaborada por numerosos autores; al respecto, la lengua portuguesa cuenta con la excelente novela de Agustina Bessa-Luís[3]: A Sibila.
Homero (siglo VIII a.C.) y Hesíodo (siglo VII a.C.) no la mencionan y, cuando el primero alude a la sacerdotisa Casandra, quien, también por mediación del dios Apolo, poseía la facultad de predecir las cosas por venir, en ningún momento hace referencia a que fuera una sibila.
En la cosmovisión de los latinos, donde se aprecia el propósito deliberado de enlazar el mito con la historia -tal como ha demostrado G. Dumézil[4]-, el mito de la Sibila no podía substraerse a esa modalidad. De ese modo el imaginario de los romanos forjó una leyenda -que conocemos a través de Varrón y de Plinio- que enlaza a esta sacerdotisa con uno de los primitivos reyes de Roma. El relato es interesante y está cargado de simbolismo.
Según la tradición más arcana fue el mismo Apolo quien confirió a la Sibila el don profético y, a través de esta “gracia”, esta sacerdotisa había prenunciado, entre otros acontecimientos, la ruina de Troya; añade también la leyenda que siempre profetizaba en lengua griega que, por otra parte, es la lengua de los Evangelios; lo hacía en verso y sus oráculos conformaron lo que más tarde se llamó Oráculos o libros sibilinos, en su mayor parte destruidos por incendios, por obra de Augusto o bien por intolerancia de otros credos; apoyado en esa óptica “libresca” es que G. Manetti sugiere que “The Sibyl is before a book”, con la peculiaridad de que en sus orígenes no se trata de un libro para ser leído por lector alguno, sino para ser consultado por la propia Sibila ante una audiencia prácticamente siempre temerosa de lo por venir.
Respecto de esta figura la leyenda añade que Apolo, que la amaba, junto al don de la profecía -que es un carisma o sello divino y no un arte adquirido por el estudio-, le había concedido a ruegos de ésta la inmortalidad, pero que la Sibila, por un descuido, había olvidado pedirle al mismo tiempo una juventud eterna.
De resultas de lo cual fue envejeciendo de tal modo que, arrugada y extremadamente diminuta, fue confundida con una cigarra y encerrada en una jaula. Petronio -en su Satiricón (48, 8)- refiere que en ese estado era motivo de burlas y que cuando los niños le preguntaban: “Sibila, ¿qué quieres?”, ella, cansada de vivir, respondía: “Quiero morir” (Petronio escribe su relato en latín, pero cuando transcribe el supuesto diálogo de la Sibila con los niños, lo hace en griego, que es la lengua oracular y, más tarde, la de los Evangelios y la de la Iglesia).
Según la tradición, al pasar mil años, la Sibila muere, pero su voz continúa profiriendo oráculos en el templo cumano. Un verso memorable de Ovidio (Metamorfosis, XV 253) refiere al respecto: uoce tamen noscar, uocem mihi fata relinquent ‘se me reconocerá, sin embargo, por la voz, la voz es lo que dejarán los hados’. El mismo prodigio sucedió con la cabeza de Orfeo una vez cercenada de su cuerpo.
La primera referencia conservada del nombre Sibila nos la proporciona Heráclito de Efeso (576-480); el pasaje donde la menciona nos ha llegado a través de Plutarco; en él, hablando de las profecías de la Pitia, consigna que Apolo “ni revela ni oculta a los hombres el porvenir”, sino que proporciona indicios para conjeturarlo y, para ello, se vale de la Sibila quien, “con su boca delirante profiere palabras lúgubres” y agrega que su voz resuena mil años bajo la influencia del dios.
Cumas y el mito de la Sibila
El mito de la Sibila emigró desde el ámbito griego, de donde procede, hasta la península itálica adonde fue llevado por quienes fundaron Cumas -próxima a Nápoles-, la más antigua colonia helénica en la costa tirrénica, ciudad que con el tiempo se convirtió en residencia legendaria de la Sibila. Y allí es donde la ubica Virgilio en el conocido canto VI de la Eneida en que la profetisa guía a Eneas al mundo infernal, lo que literariamente es conocido como la katábasis o descenso al mundo ultraterreno. Cumas, situada en el corazón de la Magna Grecia, devino, a causa de la Sibila, algo equivalente a lo que pudo ser Delfos para los griegos, una suerte de ámbito divino: el ómphalos, ombligo o centro del mundo. Pero el poeta la evoca también en una composición memorable -la Bucólica IV- en la que Virgilio celebra el nacimiento de un niño que acaba de nacer y que, con su llegada, reinstaurará en el mundo la perdida edad de oro.
La composición -que es del año 41 ó 40 a. C.- y dedicada a su dilecto amigo el cónsul Polión, pretende enlazar la edad de oro mítica, con la edad de oro histórica a partir del nacimiento de un niño, cuyo aduentus ‘arribo’ viene seguido de prodigios.
La bucólica habla de la última edad del canto cumeo en el que regresan Virgo y los reinos saturnios. Equivocadamente se interpretó Virgo, la constelación zodiacal a la que alude el poeta, por la Virgen cristiana y, si sumamos a ese hecho, el celebrar a un niño tenido por “divino”, fueron esas circunstancias por las que el Medievo exaltó a Virgilio como a un autor profético cuyo canto habría anunciado el arribo del Mesías, lo que no es correcto. Con todo, cabe referir que Virgilio insiste en la noción de misterio y hasta, en cierta manera, parece intuir la idea de divino-humanidad que sí es cristiana. Obviamente, por razones de época, Virgilio no podía conocer el mensaje difundido por el cristianismo. Es ese canto cumeo -es decir, proferido por la Sibila de Cumas- el que permite establecer una liaison -forzada en nuestra opinión-, entre las Sibilas paganas y el mundo de la cristiandad.
A ese hecho hay que añadir otro relacionado con el número y nombre de Sibilas.
Número y nombres
En cuanto a los números y nombres, el canon más antiguo es el que nos transmite el encilopedista Varrón -siglos II y I a. C.- quien enumera diez Sibilas: Pérsica, Líbica, Délfica, Cimeria, Eritrea, Samia, Helespóntica, Frigia, Tiburtina y Cumana. Más tarde Lactancio -autor cristiano de los siglos III y IV- en sus Instituciones divinas otorga a las Sibilas el mismo valor que a los profetas bíblicos pues -sostiene en su caprichosa lectura-: “estas profetisas vaticinaron al mundo la llegada de Cristo, sus milagros, pasión, muerte, resurrección y su última venida con el juicio universal”.
En el siglo XV Filippo Barbieri en sus famosas Discordantiae al catálogo tradicional de Varrón -que hablaba de diez Sibilas, como he dicho-, añade dos más -la Egipcia y la Europea-, con lo que establece una simetría perfecta con los doce apóstoles del cristianismo. En esta cosmovisión numerológica alienta el carácter simbólico atribuido al doce, sobre el que la tradición da numerosos testimonios.
A partir de Lactancio se acentuó el sincretismo de la tradición greco-latina con las profecías del hebraísmo; de ese modo, Sibilas y Profetas se enlazan para proclamar las verdades supremas del mensaje evangélico. Y así las Sibilas ingresan en la iconografía y en el imaginario de los templos cristianos: el ejemplo más emblemático lo constituyen los frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina, pero también lo testimonian -entre otros numerosísimos casos- las doce Sibilas en los vitraux de la catedral de Auch, en Francia; las Sibilas -ecuestres- de la casa del Deán, en Puebla de los Ángeles (México) o las doce Sibilas que se hallan en la iglesia de San Pedro González Telmo, situada en la ciudad de Buenos Aires (Argentina).
Las Sibilas de San Telmo
El citado templo cuenta, en su sacristía, con una colección de doce cuadros al óleo, de un mismo formato -117 x 91 cms.- de los que cada uno representa a una Sibila. Estas piezas, en la parte superior, están identificadas con los nombres: Cumea, Elespóntica, Líbica, Cumana, Pérsica, Tiburtina, Frigia -sobre la que un repinte erróneamente corrige Erigia-, Délfica, Rhodia, Erithrea, Sanbethea y Samia. No hay referencias respecto del autor o autores, así como tampoco sobre el lugar y fecha de composición.
Se trata de pinturas del siglo XVIII realizadas en talleres del Alto Perú -los que, en esa época, ya estaban en manos de aborígenes-, sobre la base de grabados europeos de los siglos XVI y XVII que circularon abundantemente en la América hispánica con fines evangelizadores. Estos grabados se han perdido debido, en especial, al deterioro provocado por la acción del tiempo sobre la pasta con que se hacía el papel. Empero, existen láminas del Viejo Mundo, con temática afín, que permiten conjeturar que tales estampas han servido como modelos de estos óleos.
Estas telas reiteran tipologías; son imágenes estereotípicas, lo que puede apreciarse, por ejemplo, en el rostro de las Sibilas -que siempre parece ser el mismo- lo que se explicaría también como el canon o arquetipo que el artista tendría en su imaginario en el momento de la ejecución. Esta circunstancia se aprecia de igual modo en la llamada pintura de Vírgenes -que también se ejecutó en talleres de la América hispánica-, que asimismo se realizaba a partir de estampas.
En los doce casos de las Sibilas citados estamos ante una figura femenina, ricamente ataviada, que apoya una mano sobre una orla, en cada una de las cuales está representada una escena de la pasión cuya explicación está dada por frases bíblicas en un español de los siglos XVII y XVIII.
En estas piezas hay dos estilos claramente distinguibles: en la parte superior -a causa de la tridimensionalidad en el tratamiento plástico del volumen y de logrados efectos de perspectiva- se aprecia la tradición europea; en la inferior, en cambio, se ve la bidimensionalidad en el tratamiento volumétrico, típica de la cosmovisión de la América precolombina.
Plásticamente podemos decir que la impronta europea se aprecia en la clara visión hegemónica, en contraste con la insinuación de lo americano en el friso interior, lo que plantea el problema de la mirada o punto de vista, que en este caso es europeo, aun cuando hay elementos americanos pero reducidos éstos a un segundo plano.
Este corpus iconográfico es un ejemplo más del curioso sincretismo entre un culto pagano y la tradición cristiana. El punto de enlace que religa ambas concepciones religiosas se funda, quizá, en la noción de misterio -ya intuida por Virgilio en la citada Bucólica IV-, no discernible desde la esfera de lo racional y ante la que no nos restan más que la perplejidad y el silencio.
[1] Hemos desarrollado este tema en una conferencia dictada en la Universidade Católica Portuguesa (Viseu, 1998) y publicada en la revista Máthesis, VII (1998) pp. 33-70; hemos ampliado ese estudio en La tradición sibilina y las Sibilas de San Telmo, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1999.