Dan Rujea
“Babeş-Bolyai” University, Cluj-Napoca, Romania
Rubén Darío entre mística y erotismo /
Rubén Darío between Mistica and Eroticism
Abstract: The Hispano-American poet Rubén Darío (1876-1916) was the founder of the literary movement known in the Hispanic historiography by the name of “modernism”. The Hispanic modernism inscribes in the sphere of the poetical currents “fin-de siècle” (of the end of the XIX century, to be more precisely). The majority of the critics consider that Rubén Darío is an essentially erotic poet, the work of which includes a profaner and in a great measure irreverent synthesis of eroticism and religion. But it is easy to observe, at the end of a more attentive reading, that the pure religious theme, without any erotic allusion, occupies in the poetry of R. Darío a place at least as important as the theme of love. So that it can be stated, with no exaggeration, that the Nicaraguan poet is rather a mystical author; and it’s exactly what this article proposes to demonstrate.
Keywords: Hispanic Modernism; Rubén Darío; Erotic Poetry; Mysticism; Catholic rites; Pagan cults.
La vida y la obra entera del poeta hispanoamericano Rubén Darío, considerado unánimemente por la crítica como el príncipe incontestable del movimiento modernista, se desarrolla entre estos dos extremos: la atracción del misterio, de lo desconocido, el ansia de creer en Dios y de alcanzar el estado de pureza del alma propio de los grandes místicos, de una parte y la irresistible tentación del pecado carnal, de otra parte. El poeta nos aparece así como un ejemplo clásico de personalidad contradictoria, escindida, de tipo esquizoide, como dirían los especialistas en sicología de hoy, cuya alma desgarrada sería, a lo largo de toda su vida, un teatro de batalla entre estos dos polos opuestos. Darío mismo era muy consciente de su situación vital algo anómala y expresa en varios lugares, tanto en sus poemas como en los fragmentos autobiográficos, esta idea de que su vida entera se desenvuelve entre el ansia de fe religiosa, como suprema virtud, y la eterna caída en la tentación de la carne, considerada, en la buena tradición de la mentalidad cristiana y del dogma católico, como suprema encarnación del pecado. Al mismo tiempo, el poeta, acostumbrado a considerar la vida y el destino humano desde una perspectiva filosófica, llega a resignarse con esta ambigüedad vital de su existencia y a encontrar un equilibrio en la aceptación resignada de una verdad evidente: la de que la guerra continua entre pecado y virtud es algo esencial al hombre, a la constitución íntima de su ser, como entidad biológica, material, y también como entidad espiritual.[1]
Según resulta de las aclaraciones autobiográficas del propio Darío, la propensión al misticismo es resultado de un profundo y consustancial miedo a la muerte, situación vital que el poeta nicaragüense bien podría compartir con su amigo y compañero de generación de este lado del Atlántico, Miguel de Unamuno. Nada más significativo, para ejemplificar lo dicho anteriormente, que este fragmento confesional, de una sinceridad impresionante y un patetismo estremecedor, incluido en el volumen Historia de mis libros:
“Ciertamente en mi existe, desde los comienzos de mi vida, la profunda preocupación del fin de la existencia, el terror a lo ignorado, el pavor de la tumba, o, más bien, del instante en que cesa el corazón su ininterrumpida tarea y la vida desaparece de nuestro cuerpo. En mi desolación me he lanzado a Dios como a un refugio, me he asido a la plegaria como a un paracaídas. Me he llenado de congoja cuando he examinado el fondo de mis creencias, y no he encontrado suficientemente maciza y fundamentada mi fe, cuando el conflicto de las ideas me ha hecho vacilar y me he sentido sin un constante y seguro apoyo”.[2]
Encontrándose, igual que Unamuno, en esta paradójica y trágica situación vital en que la razón discursiva le impide a aceptar serenamente la consolación de la fe, Darío busca febril y desesperadamente otras vías de escape. A diferencia del poeta español, que sabe resignarse y hallar un refugio seguro en el arte, en “los hijos espirituales”, como le gustaba decir, Darío, temperamento aún más anárquico que el de Unamuno, propio de un hombre que había nacido en un territorio geográfico dominado por el exuberante y no menos anárquico clima tropical, no se contentaría con la simple producción poética como vía de refugio. Desgraciadamente, buscaría, ante el insoportable terror a la nada, el refugio en los paraísos artificiales del alcohol y, ocasionalmente, en las experiencias eróticas situadas al margen de la normalidad; el alcoholismo crónico, así como los eternos remordimientos provocados por lo que él consideraba caídas en el infierno del pecado carnal, iban a arruinarle la salud y a a llevarlo al dramático final que conocemos.
La incoherencia y contradictoriedad hasta aquí comentadas[3] son características esenciales de su atormentada vida e iban a reflejarse, inevitablemente, en sus poesías, lo cual daría lugar a una encarnizada polémica en torno a cuál podría ser y cómo podría definirse y caracterizarse la temática esencial de su obra. La mayoría de los críticos han optado por considerarlo, de una manera harto apresurada y superficial, como autor de una poesía esencialmente erótica. Es verdadero que “el gran tema dariano es el amor”[4], pero se trata de un concepto del amor entendido como vía de salvación por medio de la cual podría llegar a conocer las verdades últimas, el misterio de la vida y de la muerte, igual que los místicos medievales por la vía unitiva. En la poesía erótica de Rubén Darío se produce una sublimación del erotismo, su ennoblecimiento o elevación al rango de suma experiencia espiritual, casi mística. Influido probablemente por ciertas doctrinas orientales, como sería el tantrismo[5], por ejemplo, R. Darío pretende utilizar el erotismo para llegar a experiencias espirituales de tipo superior. De este modo, llega a ennoblecer el erotismo, convirtiéndolo en su contrario; estamos acostumbrados, por una larga tradición cultural y religiosa, a considerar peyorativamente las prácticas sexuales como relacionadas a lo animálico, es decir, como una caída del hombre en el pecado. Rubén Darío -y los poetas modernisto-decadentes- elevan el erotismo metamorfoseándolo en su contrario, en una virtud, por cuanto a través de él el alma humana se puede salvar. Se trata de una perspectiva original y paradójica, ya que a través de ella llegan a coincidir dos principios y dos posturas existenciales de tipo contrario: erotismo y misticismo[6]. Como en los grandes poetas de la tradición mística medieval, llega, así, a realizar una verdadera coincidentia oppositorum.[7]
En conformidad con el marco de las circunstancias vitales y espirituales hasta aquí esbozado, la obra de Rubén Darío -tanto la en verso como la en prosa- nos aparece dividida en, por lo menos, tres grupos principales (nos referimos, en primer lugar, a la obra lírica). Así, podemos discernir entre poemas de tema erótico (a), poemas de tema místico-religioso (b) y poemas místico-eróticos (c) (en los que los dos temas anteriores aparecen en inextricable síntesis. En estos últimos el Eros nos aparece, igual que en la visión panteística de la mitología clásica, como una fuerza universal presente siempre y todopoderosa, que es la fuente eterna de la vida y de todo lo que hay en el mundo. Entre los poemas pertenecientes a este grupo, destaca el titulado “Estival”, que nos describe “el idilio monstruoso” del tigre y la tigresa de Bengala, en medio de la selva tropical y de una atmósfera cargada de sensualidad.
El Eros se convierte en verdadero objeto de culto en poemas como “Ite, missa est”, cuyo título alude, sin equívocos, a un momento exacto del ritual católico (es la fórmula que el cura pronuncia después de acabarse la misa) y en el que se nos presentan “las prácticas eróticas como ritos (y no sólo metafóricamente), como ceremonias encaminadas a transformar a los participantes en ellas”[8]. Todo el poema aparece salpicado de tales sintagmas y asociaciones lingüísticas chocantes por la contrariedad de los términos pertenecientes a los dos campos semántico opuestos, Eros y Religión, hallados en relación oximorónica:
“Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloisa, / virgen como la nieve y honda como la mar; / su espíritu es la hostia de mi amorosa misa, / y alzo al son de una dulce lira crepuscular. / Ojos de evocadora, gesto de profetisa, / en ella hay la sagrada frecuencia del altar”.[9]
Cabe observar que las metáforas que aluden a la religión las encuentra Darío en las dos fuentes tradicionales: la Biblia y la mitología clásica. El poeta suele recurrir, sin embargo, a ésta ultima cuando se trata de describir o aludir al acto sexual, como ocurre en el terceto final del citado soneto: “la enamorada esfinge quedará estupefacta, / apagaré la llama de la vestal intacta, / ¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!”.
Otro poema significativo para ilustrar esta original síntesis místico-erótica entre paganismo y cristianismo, entre mitología clásica y alusiones bíblicas, es el titulado “Blasón”. Abundan en él las metáforas eróticas en alternancia con las religiosas, estructuradas en torno a un tema caro a Rubén, ilustrado en muchos otros poemas: el mito clásico de Leda y el cisne[10], la descripción del acto erótico cuyos protagonistas son dos seres sobrenaturales: Leda, la diosa griega amada por Zeus, y el mismo Zeus, metamorfoseado en cisne para poder acercarse a ella fácilmente, ya que esta ave era considerada sagrada por las diosas. “El olímpico cisne de nieve”, como lo caracteriza el poeta, tiene “el ala eucarística” y su blancura es comparada con la de los “corderos pascales”. La parte más cargada de erotismo del poema es la estrofa tercera en la que, por una serie de deslumbrantes metáforas, dispuestas en orden ascendente, alude directamente al acto sexual, haciendo una transparente analogía entre formas del paisaje y determinadas partes del cuerpo femenino:
“Es el cisne, de estirpe sagrada, / cuyo beso, por campos de seda, / ascendió hasta la cima rosada / de las dulces colinas de Leda”.[11]
Este anhelo de espiritualizar la sensualidad por medio de las metáforas religiosas llega a su cumbre en Cantos de vida y esperanza y, más tarde, en El Canto Errante.[12] Así, el tema erótico llega a identificarse con la poesía misma y a trascender sus límites de simple pretexto o “motivo” literario para convertirse en fuente de transfiguración o metamorfosis anímica.[13]
Entre los poemas que encarnan el erotismo puro, sin mezcla de religión, también podríamos citar algunos que nos parecen más expresivos y significativos, perteneciendo, sobre todo, al período de comienzo de su actividad literaria. Así, en el titulado “Mía”, donde escribe:
“Tu sexo fundiste / con mi sexo fuerte / fundiendo dos bronces” o, en “Palimsesto” donde exalta el erotismo presente en los mitos clásicos:”sobre las márgenes y rocas áridas / vuela el enjambre de las cantáridas / con su bruñido verde metálico, / siempre propicias al culto fálico”.
Otro ejemplo de metáfora erótica, con imágenes que aluden, sin lugar a dudas y con bastante transparencia al acto sexual lo encontramos en el poema “Loor”:
“Señora, suelta la brida / y tendida / la crin, mi corcel de fuego / va; en él llego / a tu campiña florida”.
Son innumerables las metáforas del sexo en la poesía de Rubén Darío. Algunas de ellas recuerdan escenas eróticas del Decamerón; así, en el soneto “Propósito primaveral”, dedicado a su amigo Vargas Vila:
“En el erecto término coloco una corona / en que de rosas frescas la púrpura detona; / y en tanto canta el agua bajo el boscaje oscuro, / junto a la adolescente que en el misterio inicio / apuraré, alternando con tu dulce ejercicio, / las ánforas de oro del divino Epicuro.”
El poema “Balada en honor de las musas de carne y hueso”, dedicado a Gregorio Martínez Sierra, es otra prueba elocuente de la eterna caída del poeta en la tentación del pecado carnal. Es como si hubiera oscilado toda su vida entre dos polos opuestos de la existencia humana, cuyos símbolos serían el monasterio y el burdel, o sea, la aspiración hacia la pureza del alma y la fascinación ejercitada por la hermosura del cuerpo de la mujer:
“Gregorio: nada al cantor determina / como el gentil estímulo del beso; / gloria al sabor de la boca divina: / ¡la mejor musa es la de la carne y hueso!”
Mística y erotismo son, para el desgraciado hombre y poeta Rubén Darío, las dos caras de la misma medalla, como resulta del “Poema del otoño”, dedicado a Mariano Miguel de Val y en el que se vislumbran ecos del romántico Leopardi a la hora de considerar la vida del hombre como lugar de encuentro de dos tendencias opuestas pero coincidentes: el Amor y la Muerte, Eros y Thanatos :
“A nosotros encinas, lauros, / frondas espesas; / tenemos carne de centauros / y satiresas. / En nosotros la vida vierte / fuerza y calor. / ¡Vamos al reino de la Muerte / por el camino del Amor!”; el ser fantástico, que es el centauro de la mitología clásica -imagen obsesiva en R. Darío, ver, por ejemplo el poema “Coloquio de los centauros”-, se convierte en el símbolo más sugeridor de esta contrariedad íntima.
A medida que se acentúa la tendencia mística, se acentúa también la erótica y el sexo llega a ser una verdadera obsesión; metáforas que aluden al sexo aparecen incluso en poemas que nada tienen que ver con el tema erótico, como en el titulado “Valldemosa”, perteneciente a su último volumen, Canto a la Argentina y otros poemas, donde describe un fragmento del paisaje campestre, bucólico en los siguientes términos:
“Pían los libres pájaros en los vecinos huertos; / se enredan las copiosas viñas a las higueras, / y muestra el sexual higo dos labios entreabiertos / junto al ámbar quemado de las uvas postreras”.
Como podemos ver, en estos versos la obsesión sexual se desliza, concretando en imágenes (“el sexual higo”, “labios entreabiertos”) que revelan ya una configuración espiritual cercana a lo patológico.
Un poema que expresa de una manera clara y sugeridora la atracción de los contrarios (mística – erotismo) es el titulado “La Cartuja”, que, aún desde el título, alude a la aspiración, nunca alcanzada, de toda su vida, hacia la vida pura y la tranquilidad espiritual de los místicos; esta alusión se repetirá en muchos lugares a lo largo del poema, en exclamaciones de un impresionante patetismo:
“¡Ah!, fuera yo de esos que Dios quería, / y que Dios quiere cuando así le place, dichosos ante el temeroso día / de losa fría y Requiescat in pace! / Poder matar el orgullo perverso / y el palpitar de la carne maligna, / todo por Dios, delante el universo, / con corazón que sufre y se resigna. […] Darme otras manos de disciplinante / que me dejen el lomo ensangrentado, / y no estas manos lúbricas de amante / que acarician las pomas del pecado.”
Existe un momento en la creación dariana en que las aguas parecen limpiarse, las cosas empiezan a esclarecerse, en el sentido de que se da una separación más visible entre sus grandes temas: el erótico, el místico, hasta aquí mencionados, al cual se añade un tercer tema, que no constituye objeto de este comentario pero al que consideramos necesario mencionar siquiera de paso, el tema heroico. Se trata de los tres “sonetos áureos” (48, 49, 50); estas tres joyas líricas, obras maestras del poeta, tienen, al mismo tiempo, valor simbólico por cuanto se sitúan en el centro de la creación lírica dariana y expresan, en resumen, la esencia de toda su doctrina estética. Los títulos son: “Caupolicán” (tema heroico), “Venus” (tema místico-erótico) y “De invierno” (tema erótico profano). Los tres sonetos pertenecen al volumen Azul, publicado en 1889.
“Venus” expresa, en metáforas de una extraordinaria belleza, el tema del amor ideal, místico, en la imagen del poeta, joven y exaltado, enamorado de una estrella y que quiere unir su alma a la de la imposible amada: “<<¡Oh, reina rubia! – díjele –, mi alma quiere dejar su crisálida / y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; / y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida, / y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.>> / El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. / Venus, desde el Abismo, me miraba con triste mirar”.[14]
“De invierno” se nos presenta como un poema cien por cien erótico, en el que el amor profano se halla en pleno contraste con el “Amor sagrado” del soneto anterior. Aquí el poeta ya no es un soñador idealista que alza sus miradas hacia el cielo estrellado de una noche estival, sino el hombre práctico, el dandy inmerso en la vida diaria parisina, que visita, un día de invierno, a su amante; ésta lo espera en un ambiente típico para los interiores modernisto-decadentes, con sus adornos exóticos, orientales (“jarras de porcelana china”, “biombos de seda del Japón” etc.):
“En invernales horas, mirad a Carolina, / Medio apelotonada, descansa en el sillón, / envuelta con su abrigo de marta cibelina / y no lejos del fuego que brilla en el salón”.
De notar que este soneto erótico no contiene ninguna alusión ni imagen de tipo religioso o mitológico; es erotismo puro. Carolina, la amante, ya no es la encarnación de no se sabe qué diosa o ninfa mitológica, no es ni “la reina rubia”, ni “la reina oriental” del soneto “Venus”, sino la mujer concreta, “la musa de carne y hueso” que, además, se muestra muy feliz y muy contenta con su postura de cortesana: “voy a besar su rostro, rosado y halagüeño / como una rosa roja que fuera flor de lis. / Abre los ojos, mírame con su mirar risueño, / y en tanto cae la nieve del cielo de París”.
Cabe observar que la mujer, tal como aparece en estos dos sonetos, pero también en los demás poemas de este tipo, es Algo más que un simple objeto sexual y sensual o una “criatura erótica”; ella es una presencia enigmática, misteriosa, “esfíngea, aglutinadora del misterio y del enigma”.[15] Se trata, pues, de un erotismo depurado, con acentos místicos, como en la rima X de “Otoñales”: “En tus ojos un misterio; / en tus labios, un enigma. / Y yo, fijo en tus miradas / Y extasiado en tus sonrisas”.
En su permanente búsqueda de lo desconocido, de los misterios del mundo y de la vida, le parece a nuestro poeta haberlos encontrado en la figura de la mujer amada, símbolo de la hermosura ideal y de la Poesía, al mismo tiempo.[16]
A pesar de este sincretismo, aparentemente profanatorio y sacrílego hasta aquí analizado, no faltan en la obra de Darío poemas que expresan un sentimiento religioso auténtico. Uno de los más impresionantes es el soneto “La dulzura del ángelus”, que exalta la religiosidad cristiana sin ninguna huella o alusión al erotismo. El soneto aparece estructurado, según la técnica del contraste, en torno a dos ideas opuestas: la inconsistencia y tragismo del destino humano (precariedad de la vida terrenal) y el auténtico sentimiento religioso que puede aniquilar esta postura existencial trágica y aliviar la terrible angustia provocada por el irrefrenable miedo a la muerte:
“Y esta atroz amargura de no gustar de nada, / de no saber adónde dirigir nuestra prora, / mientras el pobre esquife en la noche cerrada / va en las hostiles olas huérfano de la aurora… / (¡Oh suaves campanas entre la madrugada!)”.
No es difícil de observar, a una lectura más atenta, que la tendencia mística está presente aún desde los inicios de la carrera poética en la obra de Rubén; así, el soneto “La fe”, incluido en el volumen Primeros poemas, es expresión de su ardiente y sincero elogio a la religión de Jesucristo:
“En medio del abismo de la duda, / lleno de oscuridad, de sombra vana, / hay una estrella que reflejos mana… / Sublime, sí, mas silenciosa, nuda. / […]. / ya sabéis… ya sabéis… ¡La Fe se llama!”.
Otro soneto de tema religioso es el titulado “La espiga”, que alude a uno de los misterios y rituales esenciales del culto católico, la eucaristía:
“Pues en la paz del campo la faz de Dios asoma. / De las floridas urnas místico incienso aroma / el vasto altar en donde triunfa la azul sonrisa. / Aún verde está y cubierto de flores el madero, / bajo sus ramas llenas de amor pace el cordero / y en la espiga de oro y luz duerme la misa”.
Otro ejemplo de poesía místico-religiosa es el soneto titulado “Alma mía”, una exhortación lírica que el poeta dirige a su alma encarcelada en la cárcel del cuerpo y amenazada por múltiples tentaciones y vicios:
“Alma mía, perdura en tu idea divina; / todo está bajo el signo de un destino supremo; / sigue en tu rumbo, sigue hasta el ocaso extremo / por el camino que hacia la Esfinge te encamina.”
En sus momentos de entusiasmo por los valores espirituales y la pureza del alma no contaminada, llega Darío a verdaderos “gritos del alma”, a través de los cuales evoca, en interrogaciones y exclamaciones patéticas, la figura de Jesucristo. Así, en “Canto de esperanza”:
“¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas / para tender tu mano de luz sobre las fieras / y hacer brillar al sol tus divinas banderas?”, y proclama, en el final del poema, su fe ardiente y sincera: “Y tu caballo blanco, que miró el visionario, / pase. Y suene el divino clarín extraordinario. / Mi corazón será brasa de tu incensario”. La atormentada alma del poeta se halla en una permanente búsqueda de la divinidad.
El poema “Spes” refleja esta dramática espera (“spes”, esperanza) e interrogación acerca del terrible misterio de la ora final: “Jesús, incomparable perdonador de injurias, / óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno / pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno, / una gracia lustral de iras y lujurias”.
Esta misma angustia existencial y el terror ante la muerte podrían considerarse suficientes razones para explicar su propensión al misticismo; este dolor de la vida, así como las eternas interrogaciones sobre el destino humano, forman el tema central de uno de sus mejores poemas, el que lleva como título “Lo fatal” (tal vez, uno de los más bellos de toda la poesía universal): “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, / porque ésta ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”
La autenticidad y sinceridad de su sentimiento religioso, así como su ardiente deseo de tener fe, se expresa en el desesperado grito lanzado hacia Dios, en el poema “Sum…”: “¡Señor, que la fe se muere! / (¡Señor, mira mi dolor!) / Miserere! Miserere!… / Dame la mano, Señor…”.[17]
Resulta sumamente significativo observar que los últimos dos poemas de Darío versan sobre el mismo tema, de la fe, de la religión, del sentir místico. El primero, titulado “Salmo”, se nos presenta como una última confesión de los pecados, hecha momentos antes de la hora final; expresa, en él, las obsesiones que le torturaron a lo largo de la vida, su eterna oscilación entre fe y duda, su aspiración a alcanzar el “estado de gracia”, capaz de librarle de la incertidumbre y de infundirle la verdadera fe:
“Un golpe fatal / quebranta el cristal / de mi alma inmortal, / ante el tiempo muda / por la espina aguda / de la horrible duda”.
Y, en el último poema del último volumen (El Canto errante), tenemos otro testimonio que prueba la fe ardiente de Darío, o, tal vez, su deseo o ansia de llegar a tener una fe sincera y duradera; el poema se titula “Divagaciones”, es de 1916, el año de la muerte del poeta y fue publicada en el diario “Las últimas noticias” de Santiago de Chile. Es como un testamento, expresión de sus sentimientos más íntimos de toda la vida, teniendo en su centro la misma obsesión del paradigma crístico:
“Desde que soy, desde que existo, / mi pobre alma armonías vierte. / Cual la de mi Señor Jesucristo, / mi alma está triste hasta la muerte”.
La importancia y trascendencia del tema místico en R. Darío queda, pues, adecuadamente demostrada por esta observación final: que tanto su primer poema (“La fe”, publicado en 1879), como el último, o sea el que abre y el que cierra, el principio y el fin de su carrera poética, tienen el mismo tema, el sentimiento religioso y el ansia de una fe auténtica y sincera. Podemos, por tanto, concluir que entre “la fe” inicial y “el salmo” y “las divagaciones” del final se desarrolla el trayecto lírico del atormentado poeta Rubén Darío, injustamente considerado por muchos comentaristas como auto de una poesía esencialmente erótica e igual de injustamente acusado de profanación y sacrilegio. Todo lo contrario: pocos poetas existieron, en la literatura castellana, después de los místicos del Siglo XVI, que supiesen expresar, con tanto ardor, el tema místico en sus versos.
Bibliografía
Arturo Ramoneda, Rubén Darío esencial, Ed. Altea, Taurus, Alfaguara, S. A., Madrid, 1991.
Ricardo Gullón, Rubén Darío – Páginas escogidas, Ed. Cátedra, Letras hispánicas, S. A., Madrid, 1993.
Jaime Concha, Rubén Darío, Ediciones Júcar, Madrid, 1984.
Teodosio Fernández, La poesía hispanoamericana (hasta final del Modernismo), Altea, Taurus, Alfaguara, S. A., Madrid, 1989.
Viorel Rujea, Antologia modernismului hispanic, Ed. Limes, Cluj-Napoca, 2003.
Pedro Salinas, La poesía de Rubén Darío, Ed. Losada, Buenos Aires, 1948.
Graciela Palau de Nemes, “Intentos de transcendencia espacialista en Darío y Jiménez”, en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, no. 4 – Madrid, 1982, págs. 1743-180.
Lola Boyd, “Lo de dentro in Rubén Darío”, en Hispania, vol. XLV, December, 1962, No. 4, págs. 651-657.
Laura Scarano, “Valle-Inclán y su recepción de la poética dariana”, en Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, no. 9, Madrid 1989, págs. 11-26.
Notas
[1]“The key to this poem seems to be the word <<paralelamente>>“, afirma un crítico, refiriéndose a uno de sus poemas conocidos, que reflejan exactamente este tema del conflicto, que tiene lugar en el alma humana, entre las siete virtudes y los siete vicios capitales (se trata del antológico poema titulado “El reino interior”). “Virtues and vices walk side by side through the life of man. The soul, attracted by both, makes no choice; rather, she continues to dream of conciliating them.” (Lola E. Boyd, “Lo de dentro in Rubén Darío”, rev. Hispania, vol. XLV, December, 1962, number 4, p. 654).
[3]Son muchos los comentaristas que han notado este aspecto paradójico del marco espiritual dariano, así como su convicción de que “la realidad humana está traspasada por una tensión entre cuerpo y alma, carne y espíritu, que se duplican sucesivamente en satanismo y angelismo, pecados y virtudes, arrebato erótico y anhelo místico, goce del presente y horror del futuro, vida y muerte (…)” (Laura Scarano, “Valle-Inclán y su recepción de la poética dariana”, en Cuadernos hispanoamericanos, no. 9, Madrid, 1988, p. 19). La autora citada no deja de mencionar, además, una cosa de suma importancia para entender esta situación paradójica: la inserción del poeta nicaragüense en lo que hoy llamaríamos el ambiente noético de la época, es decir, en una red de ideas y conceptos que estaban de moda entre los intelectuales, artistas sobre todo; tanto el misticismo como el erotismo exacerbado (y, sobre todo, la profanatoria mezcla de ambos) son considerados como temas consustanciales, paradigmas de creación, y no sólo, propios del decadentismo y del modernismo finiseculares. Sobre este aspecto, ver también Viorel Rujea, La literatura italiana y la Generación española de 1898, Ed. Napocastar, Cluj, 2000, pp. 49-75).
[4]Ricardo Gullón, Rubén Darío, Páginas escogidas, Ed. Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid 1993, p. 19.
[5]Es harto conocida la temprana afición del poeta nicaragüense por las religiones y cultos exóticos, antiguos o contemporáneos; como afirma Ricardo Gullón, “Rubén no tardó en utilizar el ritmo del verso en método para profundizar los enigmas del ser. Al intentar descifrarlos se perdió en extrañas amalgamas religiosas y filosóficas, y se sintió a la vez aterrado y deslumbrado por sus intuiciones (…). Los recursos de que echó mano para protegerse – el alcohol, sobre todo, y el sexo – resultaron harto frágiles” (ob. cit., p. 17).
[6]El erotismo se convierte, de este modo, como muy bien señala Ricardo Gullón, en una verdadera fuerza transfiguradora, trascendiendo el simple deseo carnal: “El erotismo, conforme se manifestaba en la poesía, no es sólo deseo, sino (…) anhelo de trascendencia en el éxtasis. El placer puede implicar pérdida de conciencia, inmersión en abismos donde el alma enajenada, perdida, encuentre algo oscuramente buscado. La sensualidad deja de parecer inocente para sentirse perversa y, en esa perversidad, metafísica” (ob. cit., p. 19). No debemos olvidar que “la sensualidad” o “el erotismo pervertido” es uno de los rasgos temáticos definitorios de la estética modernista finisecular, apareciendo como uno de los grandes descubrimientos de esta corriente, la cual llega, de este modo, a revalorar el tema fundamental del Marqués de Sade.
[7]Sólo por amor a la analogía podemos hacer esta comparación con los místicos; en primer lugar no podemos equiparar el estilo de vida desordenada, de R. Darío con la vida monacal de los místicos (aunque en ciertos momentos de su vida, desorientado y exasperado, el poeta intentó, sin mucho éxito, encontrar la paz espiritual dentro del sagrado recinto del monasterio, vestido en hábito monacal); en segundo lugar, hay una diferencia esencial en cuanto al uso del tema erótico: en la poesía mística -pensamos en San Juan de la Cruz, por ejemplo,- las imágenes y alusiones eróticas son metáforas detrás de las cuales se oculta siempre una realidad trascendente, de origen y esencia divinos. Se puede establecer un conjunto de correspondencias exactas, igual que en un lenguaje codificado (el Amado es Jesucristo, el Amante es el alma del poeta etc.). Por la imagen de los dos enamorados en trance amoroso, expresa metafóricamente la unión del alma con la divinidad. Mientras que en Rubén Darío, que se conforma a las normas doctrinarias de las estéticas modernisto-decadentes, el tema religioso aparece, en muchos poemas, como mero incentivo erótico (es la razón por lo cual, fue acusado, por algunos críticos intransigentes y moralizadores, de haber adoptado y reflejado en sus libros una actitud antirreligiosa, incluso profanatoria).
[8]Ricardo Gullón, ob. cit., p. 19. De aquí, más exactamente de esta actitud ambigua frente al Eros, surge la permanente vacilación entre las dos tendencias contrarias: la bestial (erotismo como mero deseo carnal, satisfacción, satisfacción de un instinto animálico) y la angélica (erotismo como vía de acceso a una realidad extática, a un mundo prohibido a los profanos”. Como señbala el autor antes citado, este “íntimo oscilar entre el ángel y la bestia no puede sorprender en quien tan acusadamente registró la multiplicidad del ser. De la lucha interior brotó sorda corriente de hermosura y en ella cristalizaron sombras de su angustia (…). El erotismo suscitador de tanta sombra y tanta ansiedad se convirtió en fuente de energía creadora (…)” (p. 20).
[10]Por ejemplo, en el poema “Los cisnes”, cuya tercera parte alude al famoso cuadro de Leonardo, que mejor ilustra, en las artes plásticas, el mito antiguo (la seducción de Leda por Zeus transformado en cisne): “¡Melancolía de haber amado, / junto a la fuente de la arboleda, / el luminoso cuello estirado / entre los blancos muslos de Leda!” (p. 111).
Otro poema que remite al célebre cuadro leonardesco es “Leda”; aquí, las alusiones al acto sexual son presentadas en términos mucho más concretos: “Tal es, cuando esponja las plumas de seda, / olímpico pájaro herido de amor, / y viola en las linfas sonoras a Leda, / buscando su pico los labios en flor. / Suspira la bella desnuda y vencida, / y en tanto que al aire sus quejas se van, / del fondo verdoso de fronda tupida / chispean turbados los ojos de Pan.” (p. 116).
[12]“En Cantos… todo se transforma, hasta la carne de la mujer, que en las metáforas se declara a la vez arcilla y pan divino, néctar y eternidad (…). Negados los límites del lenguaje, la carne puede ser cosa “celeste” y desde luego vía segura para eternizar lo momentáneo” (Ricardo Gullón, op. cit., p. 26).
[13]“Por su virtud catártica, la creación fue consuelo y vía de salvación para Rubén: gracias a ella pudo encontrarse tan hermosamente en los laberintos del alma” (Ibid., p. 27).
[14] Curiosa, y a la vez significativa, la analogía con el poema de nuestro poeta nacional,”El lucero”, con la única, pero esencial, diferencia de que en el poema de Eminescu los papeles aparecen enrevesados: es ella quien se enamora de la misma estrella (el lucero, nombre masculino en rumano, es lo mismo que Venus e, igual que ésta, símbolo del amor).
[15] Jaime Concha, Rubén Darío, Ed. Júcar, Madrid 1984, p. 91. El comentarista citado acentúa esta idea al afirmar que la mujer, por tanto, es “vaso del misterio, receptáculo del enigma. Con sin par coherencia insiste Darío en esta concepción poética> Roja, en el rostro enigmático, / su boca, púrpura finge. / Y al sonreírse vi en ella / el resplandor de una estrella / que fuese alma de una esfinge”.
[16] “Máxima concreción del enigma, sólo en este sentido es la mujer la fuente constante del poetizar y de la inspiración de Darío. Porque El Enigma es el soplo que hace cantar la lira” (Ibid., p. 92).
[17] Estos accesos de misticismo no le impiden caer en el otro extremo y expresar, en el poema inmediatamente siguiente, la idea contraria: la admiración de la belleza del cuerpo femenino, en el poema “la bailarina de los pies desnudos): “Iba en un paso rítmico y felino / a avances dulces, ágiles o rudos, / con algo de animal y de divino, / la bailarina de los pies desnudos.”