Viorel Rujea
“Babeş-Bolyai” University, Cluj-Napoca, Romania
Un tema de la literatura fantástica en un cuento de A. B. Casares /
A Theme of Fantastic Literature in A. B. Casares’ Prose
Abstract: In many parts of his work, George Berkeley, the English philosopher of the eighteenth century, expresses the idea that the ontological consistence of the objects and beings in the real world depends of their quality for being perceived by an exterior and superior intellect. Berkeley concludes that the perception made by the divine intellect forms the ontological support of our Universe. From here it would result that all that occurs in the world is not other thing that a “mental projection” (the term “perception” may be understood as “mental projection”) the author of which is God himself, engaged in an eternal process of creating and maintaining of the material Universe. The Argentinean writer Adolfo Bioy Casares uses this theoretical support in a fantastical story entitled “En memoria de Paulina” (“In the memory of Paulina”), in which appears a secondary character, Julio Montero, having the supernatural gift of projecting and materializing persons and objects by the force of his intensive mental concentration.
Keywords: Argentinean Literature; A. Bioy Casares; G. Berkeley; Ontological Reality; Mental Projections.
La idea de que el universo en que vivimos podría ser el producto de una mente superior plantea, desde luego, graves e inquietantes preguntas. Esta idea ha constituido objeto de meditación para los cerebros humanos más profundos, desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días. En función de la respuesta dada a esta interrogación esencial, concerniente a la naturaleza del universo, tanto los creadores de los mitos fundamentales como los filósofos, arquitectos de edificios teóricos impresionantes, se dividieron en dos grupos antagónicos que se enfrentaros permanentemente a lo largo de las épocas históricas: los materialistas, que afirman la preeminencia de la materia y los idealistas, que afirman la preeminencia del espíritu. Un representante del segundo grupo fue el filósofo inglés George Berkeley[1], conocido en la historia de la filosofía como autor de la célebre fórmula esse est percipi, “ser, significa ser percibido”. El afirma que el mundo sensible no puede existir fuera de una percepción, que la esencia de la existencia de este mundo consiste en ser percibido por una mente (“mind”), sea humana o divina. Esta idea le aparece al filósofo inglés fuera de cualquier duda:
“Some truths there are so near and obvious to the mind, that a man need only open his eyes to see them. Such I take this important one to be, to wit, that all the choir of heaven and furniture to the earth, in a word all those bodies which compose the mighty frame of the world, have not any subsistence without a mind, that their being is to be perceived or known; that consequently so long as they are not actually perceived by me, or do not exist in my mind or that of any other created spirit, they must either have not existence at all, or else subsist in the mind of some eternal spirit: it being perfectly unintelligible and involving all absurdity of abstraction, to attribute to any single part of them an existence independent of a spirit”.[2]
Estamos plenamente habilitados, considera Berkeley, a hablar de “ideas de los sentidos” e “ideas de la imaginación”. Ambas son de la misma índole, se distinguen sólo por su intensidad.[3] El filósofo inglés niega categóricamente la existencia objetiva de la materia, postulada por Descartes y por otros filósofos materialistas, sin que ello suponga, empero, una negación de la existencia real de las cosas.[4] La única pregunta que se plantea es la concerniente al sujeto o autor de esta percepción que constituye el soporte ontológico del universo, por cuanto se trata de una voluntad o espíritu superiores a los humanos.[5] Para el obispo Berkeley, representante destacado de la Iglesia y defensor del dogma cristiano, no puede haber sino una sola respuesta: el sujeto de la percepción mental es Dios, “the Author of Nature”, como lo llama él, el supremo espíritu en que nosotros todos vivimos y nos movemos y del cual extraemos la esencia de nuestro ser, la causa espiritual última que está detrás de todas las cosas.[6] En lo que concierne la relación entre las cosas sensibles y la mente humana, Berkeley considera que la existencia de las cosas viene estrechamente relacionada a la aparición, como por decreto divino, de una inteligencia capaz de percibirlas.[7]
Por consiguiente, no nos parece extremadamente azarosa la hipótesis de que Berkeley coloca el signo de igualdad entre los dos tipos de percepción, la sensorial y la mental o imaginativa, por cuanto el Ser Supremo percibe el mundo sensible no a través de los sentidos sino por la mente, la razón (“Mind”). Y la percepción mental supone, al mismo tiempo, proyección mental, ya que las cosas adquieren existencia por el esfuerzo mental de este Ser, indiferentemente de su naturaleza, es decir de si fuese racional, imaginativo o simplemente, como consideran desde los tiempos más antiguos algunos poetas y filósofos, onírico.
En la obra de Adolfo Bioy Casares, amigo de Borges y su colaborador suyo en la realización de muchos volúmenes firmados en común, el tema del mundo como proyección mental aparece en dos de sus cuentos más conocidos: “En memoria de Paulina” y “El otro laberinto”.
El primero, escrito en la perspectiva narrativa de la primera persona, presenta, en clave fantástica, una emocionante historia de amor, describe, desde las primeras líneas, en un tono lírico-romántico, como una unión mística, hasta la identificación, de las almas de los dos enamorados:
“Yo comprendí que mi felicidad había empezado porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecíamos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. «Nuestras», en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía”.[8]
Desgraciadamente, la aparente armonía perfecta de las dos almas se ve puesta en peligro por la aparición del tercer personaje en el triángulo erótico. Julio Montero hace su aparición en la casa del protagonista con motivo de una fiesta. El, como la mayoría de los personajes de Bioy Casares, es un intelectual, tiene veleidades de escritor y hace alardes de ello en los momentos más inoportunos. De su visita en la casa del narrador (cuyo nombre no conocemos), Montero recuerda dos detalles que más tarde tendrán una importancia decisiva en el desarrollo de la intriga: un jardín diminuto que “sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago” y “una estatuilla china de piedra verde” que representaba “un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada” y que “simbolizaba la pasión” (9). La perspectiva de una beca de dos años en Inglaterra para el protagonista, cambia totalmente los datos del problema: los dos enamorados deciden aplazar el casamiento. Además, la aparición inopinada de Montero como pretendiente a la mano de Paulina, complica aún más la situación. En este momento, el narrador introduce en el texto una primera mención libresca, sobre el tema del amor y de la separación para siempre. Otro episodio importante ocurre en el final de la fiesta, cuando el narrador regresa, justo cuando se preparaba para acompañar a Paulina a su casa, para traerle la estatuilla china que había olvidado en su habitación. Montero acompaña a los dos, provocando de este modo la ira del otro. A lo cual se añade el desprecio, por cuanto lo considera a Montero un escritor fracasado. En este punto de la intriga aparece la segunda alusión libresca o intertextual, ya que nuestro héroe tiene, él también, intensas preocupaciones intelectuales mientras espera a su amada: “Dormí la siesta, me bañé lentamente y esperé a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Müller y de Lessing” (12). Mas una amarga desilusión y una tristeza infinita le invaden cuando Paulina le confiesa que se enamoró de su rival, de Montero. La ruptura de las relaciones, aunque dolorosa, parece sin remedio. La situación equívoca se mantiene, sin embargo, a continuación, debido a la actitud ambigua de Paulina. Esta le hace a su antiguo amante, justo antes de su salida hacia Europa, una visita “a escondidas” y le dice que le ama:
“Me sentía alejado de ella, pero cuando la vi me enamoré de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprendí que su aparición era furtiva. La tomé de las manos, trémulo de agradecimiento. Paulina exclamó:
— Siempre te querré. De algún modo te querré más que a nadie” (14).
Esta visita tendrá consecuencias incalculables, ya que Montero, preso de unos celos injustificables, había perseguido a la chica escondido en el jardín de la casa. El narrador describe la cara desfigurada por el odio y los celos de su rival, como en una novela de horror: era de noche y la lluvia caía sin cesar. Este detalle de la lluvia que cae en el momento del encuentro de los dos, adquiere, igual que en las novelas policiales una importancia decisiva para la solución final del enigma.
Una vez en Inglaterra, el narrador se esfuerza en olvidar a su ex amante. Este esfuerzo viene contrarrestado y, en cierta medida, aniquilado por la persistencia de la figura de Paulina en el sueño. Al cabo de un año consigue cancelar incluso la imagen del sueño. Mas el regreso a casa, en Argentina, le trae otra vez el recuerdo de Paulina.
Si hasta aquí la narración se desenvuelve en registro mimético, como una banal historia romántica de un amor imposible, a continuación se pasa, casi sin transición, al registro fantástico, el cual se le revelará al lector sólo desde la perspectiva del final. Así que el pequeño cuento aparece dividido en dos partes. Esta segunda parte empieza con una inesperada visita de Paulina que, desde luego, le produce al ex amante una infinita felicidad. La emocionante aparición de Paulina es pretexto de una escena de un patetismo extremado. En esta escena aparece otro detalle, que más tarde va a ser revelador, cuando ella le ruega que le tome la mano. Todo parece haber vuelto a la situación inicial, con un amor romántico, compartido, descrito en términos de una mística comunión espiritual. Otro detalle importante es la lluvia que se oye caer fuera. A partir de este momento, las extrañeces empiezan a aglomerarse. Primero, la impresión extraña, de que tiene que ver con una nueva persona, una especie de doble, una persona contaminada con ciertos rasgos de carácter propios de Montero. Tiene la sensación de que Paulina es una persona distinta de la conocida dos años atrás. Sigue la salida de Paulina, igual de brusca e inesperada como su llegada, bajo pretexto de que la está esperando su marido, Julio. Más que una salida es, en realidad, una desaparición sin huellas. El narrador, contrariado, sale en su búsqueda y observa un detalle sin sentido: a pesar de la lluvia, “la calle estaba seca” (17). Entusiasmado por haber reanudado las antiguas relaciones y, al mismo tiempo, para aclarar el misterio de estas no concordancias, decide pedir informaciones sobre su amante a un amigo de los dos, Luis Alberto Morgan. El esfuerzo de reconstituir, en plano mental, la imagen de Paulina fracasa. Pero se acuerda de un pormenor chocante: la estatuilla china, cuya imagen había visto reflejada en el espejo, durante la conversación con Paulina. Le asombra sobremanera la inexplicable presencia del objeto que no debía encontrarse allí. Una posible hipótesis a la que recurre, en busca de una explicación razonable, es la de que podría ser víctima de una superposición de recuerdos pertenecientes a diversas épocas. Esta explicación viene inmediatamente aniquilada por el detalle de que la estatuilla nunca había estado en el dormitorio con espejo. Igualmente extraño es el hecho de que no reconoce su propia imagen reflejada en dicho espejo. De la charla que tiene el día siguiente con Morgan llegamos a saber cosas increíbles, y es que, primero, Montero está en la cárcel; Morgan le cuenta al protagonista el drama que había ocurrido justo antes d su salida a Europa, la discusión de los dos enamorados y el crimen de Montero, que, cegado por los celos, mata a Paulina “de un balazo” (21). Ante estos hechos, una primera conclusión a la que llega el protagonista nos sitúa de lleno en medio de un tema fantástico bastante banal, es decir, una aparición fantasmal, desde la tumba, de su ex amante, atraída por la fuerza de su amor. Mas esta conclusión es inmediatamente rechazada, por cuanto no ofrece la explicación de los hechos misteriosos que tuvieron lugar con motivo de aquella visita. En estas circunstancias , la revelación de lo ocurrido le golpea “como una fulminación” y la explicación que ofrece nos lleva hacia la idea de la proyección mental. Desde esta perspectiva, no menos fantástica y “horrenda”, los hechos se le aclaran plenamente. Así, nos cuenta que la persona que lo había visitado no fue el fantasma “natural” de Paulina sino un fantasma “artificial”, producido por la mente, enferma de celos, de su rival. Este, hallándose en la cárcel, imagina a Paulina con tanta fuerza que consigue materializarla, objetivarla e imponerla al otro como una presencia material, palpable. Aplicando los principios de la filosofía de Berkeley (esse est percipi), resultaría que Paulina puede existir a continuación en el mundo material mientras esté percibida por alguien (en este caso, por su ex marido Montero), con una fuerza sobrehumana. En este caso, esta fuerza se alimenta, como de una fuente de energía, del odio y los celos enfermizos acumulados en el alma de Montero:
“Lo imaginé en su cárcel, cavilando sobre esta visita, representándosela con la cruel obstinación de los celos. La imagen que entró en casa, lo que después ocurrió allí fue una proyección de la horrenda fantasía de Montero” (22).
Igual que un detective, héroe de novela policial que consigue resolver con éxito el enigma de un crimen, el protagonista nos ensarta, al final, en un tono frío, objetivo, dejando de lado todo sentimentalismo o declaraciones patéticas, los indicios o argumentos en que se funda para su explicación. Estos serían los siguientes:
– el ruido de la lluvia: se trata de una lluvia inexistente, que en realidad no había caído, siendo la calle seca. Este ruido, igual que los demás pormenores extraños, es una reminiscencia de la memoria de Montero, el cual, esforzándose en proyectar una imagen la más fiel a la realidad, materializa ciertos detalles vividos y observados por él durante sus visitas anteriores en casa del narrador.
– la estatuilla china: “Otro indicio es la estatuilla. Un solo día la tuve en casa: el día del recibo. Para Montero quedó como un símbolo del lugar. Por eso apareció anoche” (23).
– el hecho de que casi no reconoce su propia imagen en el espejo:“No me reconocí en el espejo, porque Montero no me imaginó claramente”. Lo impreciso de otros detalles se debe, igualmente, a ciertas omisiones de Montero. La imagen misma de Paulina, a la que Montero no llegó a conocer verdaderamente, aparece contaminada espiritualmente por éste: “Ni siquiera conoció a Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Además, hablaba como él” (23).
A todo ello se añade la amarga desilusión expresada por el protagonista en el final del cuento, e el momento en que se da cuenta que Paulina no lo quiso en realidad. Este hecho le es sugerido por otro detalle: la escena en que Paulina (la falsa, la proyectada por Montero) le ruega que la tome de la mano. Desilusionado, el narrador apenas ahora se entera de que ese ruego era el eco de otra escena, protagonizada no por él sino por su rival y que éste había sido, en realidad, el verdadero amor de Paulina:
“Urdir esta fantasía (es decir, la proyección mental, n.n.) es el tormento de Montero. El mío es más real. Es la convicción de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la convicción de que nunca fui su amor. Es la convicción de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que sólo he conocido indirectamente. Es la convicción de que al tomarla de la mano – en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas – obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces” (24).
La similitud de este cuento con la novela más conocida de Bioy Casares, La invención de Morel, nos parece fuera de cualquier duda, por lo menos en lo concerniente al tema o temas principales: una emocionante historia de amor y su solución en clave fantástica. La distinción consiste en el tratamiento del tema fantástico que permanece, sin embargo, centrado en torno a la idea de proyección de una o varias imágenes, sólo que en la novela la proyección mental viene reemplazada por una holográfica, realizada por un aparato, invención de un ingenioso sabio, lo cual acerca dicha novela al área de la literatura de ciencia ficción.
Bibliografía
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George Berkeley, Three Dialogues between Hylas and Philonous, Leipzig, Felix Meiner, 1913.
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Tzvetan Todorov, Introduction à la littérature fantastique , Paris, Seuil, 1970.
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Oscar Hahn, “Trayectoria del cuento fantástico hispanoamericano”, en vol. colectivo Ibid.
Notas
[1] A juzgar por las alusiones presentes en muchos lugares de sus cuentos, resulta claramente que tanto Bioy Casares como su amigo Borges, fueron lectores atentos de los textos de Berkeley y emplearon algunas de las ideas de éste como punto de arranque para sus temas de tipo fantástico.
[2] George Berkeley, Principles of human knowledge, en Philosophical works, London, 1975, p. 79. El subrayado es nuestro.
[3] “The ideas of are more strong, lively, and distinct than those of the imagination (…). The ideas imprinted on the senses by the Author of Nature are called real things; and those excited in the imagination being less regular, vivid and constant, are more properly termed ideas, or images of things, which they copy and represent (…). The ideas of sense are allowed to have more reality in them, that is, to be more strong, orderly and coherent than the creatures of the mind; but this is no argument that they exist without the mind (…). There are spiritual substances, minds, or human souls, which will or excite ideas in themselves at pleasure: but these are faint, weak, and unsteady in respect of others they perceive by sense, which being impressed upon them according to certain rules or laws of Nature, speak themselves the effects of a mind more powerful and wise than human spirits. These latter are said to have more reality in them than the former: by which is meant that they are more affecting, orderly, and distinct, and they are not fictions of the mind perceiving them. And in this sense, the sun that I see by day is the real sun, and that which I imagine by night is the idea of the former” (Ibid., pp. 79-87. El subrayado es del autor).
[4] That the things I see with mine eyes and touch with my hands do exist, really exist, I make not the least question. The only thing whose existence we deny, is that which philosophers call matter or corporeal substance” (Ibid., p. 87).
[5] “(…) and so likewise as to the hearing and other senses, the ideas imprinted on them are not creatures of my will. There is therefore some other will or spirit that produces them (…). For though we hold indeed the objects of sense to be nothing else but ideas which cannot exist unperceived; yet we may not hence conclude they have no existence except only while they are perceived by us, since there may be some other spirit that perceives them, though we do not. Wherever bodies are said to have no existence without the mind, I would not be understood to mean this or that particular mind, but all minds whatsoever. It does not therefore follow from the foregoing principles, that bodies are annihilated and created every moment, or exist not at all during the intervals between our perception of them” (Ibid., pp. 85-91. El subrayado es nuestro).
[6] “(…) yet it is evident to everyone, that those things which are called the works of Nature, that is, the far greater part of the ideas or sensations perceived by us, are not produced by, or dependent on the wills of men. There is therefore some other spirit that causes them, since it is repugnant that they should subsist by themselves. […]. I say if we considered all these things (…) we shall clearly perceive that they belong to the aforesaid spirit, who works in all, and by whom all things consist” (Ibid., p. 123. El subrayado es del autor).